Ya no prestaré mis cosas de buena fe. Resulta que cuando la cordialidad se acaba, sientes esa obsesiva necesidad de recuperar lo que te pertenece, pero el gato en cuestión (a quien se las prestaste) se arropa con el manto del orgullo y cree que se las pides porque quieres verlo, revivir lo que ya está muerto, etc., etc... No, eso no se hace, porque tus evasivas están arañando las paredes del delito. Y nadie quiere ver a nadie, sólo quiero mi película.
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