jueves, 24 de febrero de 2011

Lo conocí

¡Qué oso esta foto, pero no tengo otra!

Siento que a esta entrada debería de dedicarle un poco más de redacción y meterle unas cuantas figuras retóricas; espero no terminar escribiendo una estupidez.

Hoy es jueves. Ayer miércoles me lancé a una lectura de Jaime López en el CCE. Me arreglé tanto como pude, no podía conocer a mi ídolo en chongo y jeans. Bueno, iba medio tarde y corrí -sólo camine rápido- hacía el lugar donde estaba el gran López. Cuando llegué a las puertas pregunté que si ya había empezado; me dijeron sí, pero que no lleva mucho. Subí por el elevador y ahí estaba, hablando con un señor calvo: sólo se dibujo una sonrisa en mi estúpida cara. En el escenario estaba Armando Vega Gil (una señora con mascada) y agradecí para mis adentros no haberme perdido ni dos segundos de la presentación de "El Diario de un López".

La lectura fue rápida y tuve que fumarme a unos nacos que -como la terraza también es restaurante- platicaban a toda madre, chocando cubiertos y soltando risotadas. Lo vi de lado leer de lejos, se alejaba mucho el cuaderno para alcanzar a leer; adoré cuando se fue a la parte impresa con letra de catálogo en vez de leer lo que estaba escrito con su propia letra -porque así es su libro, la mitad está impreso con su letra, donde se incluyen las ilustraciones de Manjarrez, y la otra mitad está ya con una bonita fuente con serifas.

Leyó tres Queridos Daríos y, como yo ya lo había leído unas cuatro veces el Diario completo, adelantaba mi risa a los chistes por venir. Después Jaime empezó a dar entrevistas con una bola de fans como público detrás de la cámara; yo era como la segunda mensa ahí formada con su librito rojo y su pluma bic esperando que me echara firma y pues, no sé, decirle cuánto lo admiro y todo lo que me ha enseñado. Todo el tiempo previo a la firma estuve maquinando un buen discurso para que me dijera lo que fuera con ese vozarrón de nervios.

Terminaron las entrevistas y formamos fila, me tocó ser la segunda y le dije una bola de sandeces que no citaré para no modificar mi estatus (cualquiera que sea éste).

En fin, tengo mi libro firmado, intercambié sonrisas y ¡dios! Hubiera aplicado el abrazo tímido, pero con arrimón de chicharrón... No sé, fue genial, él es genial y siempre mantiene este interés por lo que uno le dice y creo fielmente que no es ni tantito falso.

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